miércoles, 12 de marzo de 2008

Títeres Del Recuerdo


Allí estaba, solo, sentado en las sillas de un viejo cafetín rosarino. Suspiraba de cuando en cuando, e inhalaba el aroma de su café caliente, aunque en realidad lo que inhalaba eran recuerdos. Recuerdos que lo estremecían, o que lo relajaban. Recuerdos que lo estristecían, o que lo alegraban. Recuerdos que lo emocionaban.

El bar, de nombre "La Vieja Esquina", no contaba con mucha gente. El cantinero, un mozo, y dos hombres que jugaban al truco en una mesa alejada, sin contarlo a él. Cinco personas en total... Pero a Don Lorenzo le gustaba así; un silencio por momentos deprimente, el olor a humedad en el ambiente, paredes descascaradas y oscuras. Y no es que fuera una especie de maniático, pero sentía que a sus ochenta y cuatro años, la luz era fatal para sus ojos cansados.

-Sesenta años- Murmuró con un tono melancólico.-Sesenta años de mi vida...-Las palabras se desprendían de su boca lentamente, como no queriendo irse de allí.

No pudo contenerse más. Soltó una lágrima. Ya era demasiado tiempo que venía aguantando las ganas de llorar... Lloró con fuerza, lloró como si nunca hubiera llorado jamás. Primero en silencio, luego con gemidos entrecortados. Los jugadores de truco, miraron hacia Don Lorenzo, pero quizás por no saber qué hacer, siguieron con su juego. El cantinero llamó al mozo, le dijo algo al oído, y señaló a quién lloraba. En seguida, el mozo se acercó hasta Don Lorenzo, extendiéndole un pañuelo marrón, con algunos agujeros, pero limpio.

-Disculpe señor...¿Se siente bien?¿Necesita algo?-. Preguntó el muchacho, que no debía pasar los treinta años.

-No, no es que necesite algo, pero sí hay algo que no necesito...-Corrió la taza de café a un lado.-No necesito ochenta y cuatro años. No necesito que la gente me trate como a un inútil. No necesito que los jóvenes se crean mejor que yo...¡Eso es lo que no necesito!... Voy a contarle mi situación, joven...¿Cuántos años tiene usted?-.

-Yo... Veintiséis-. Respondió temeroso el hombre.

-Veintiséis... Pues déjeme decirle algo. Dos años menos que usted tenía, cuando comencé a trabajar de saltimbanquis... Titiritero, digo-. Aclaró Don Lorenzo al ver la cara de desconcierto del mozo, ante esa palabra-Titiritero... A los veinticuatro años,¡Recién a los veinticuatro años, comenzó mi vida! Porque permítale contarle, que mi vida empieza, cuando consigo mi primer muñeco... Tito se llamaba, era un negrito divino. ¡Tendría que haberlo visto! Con su sombrerito rojo y sus bermuditas verdes... Más de ochenta títeres, a lo largo de toda mi vida, he manejado. He hecho reír a generaciones de niños, y de adultos también... Siempre ahí, en los días soleados, o en los lluviosos... Hiciera frío, o hiciera calor. Todos los sábados, en el baldío de las calles Fermín Sánchez y Martínez, yo montaba mi pequeño pero no poco entretenido teatro de títeres.¡Cómo se divertían los niños!... Mi espectáculo era más popular que el carrusel... Historias de piratas, de héroes y tiranuelos, de doncellas y príncipes, de hadas y brujos... Historias que eran parte de mi historia...-La voz de Don Lorenzo se fue apagando. Soltó otra lágrima y entre gemidos agregó:- Pero como toda historia, ésta también tiene su fin...-

-¿Su fin?-. Interrogó el mozo, demostrando interés en el relato del anciano.

-Ayer apareció en "mi" baldío un hombre- Destacó la palabra "mi" como quien se siente dueño indiscutible de algo- Un hombre de negocios.-Prosiguió el viejo titiritero-Yo estaba en el medio de una función, haciendo reír a muchos niños, como de costumbre... El hombre interrumpió mi función y me dijo que ese baldío había sido comprado por el propietario de una cadena de supermercados, y que yo ya no tenía que estar allí, que llevara mi teatro a otra parte. Yo le respondí que ese terreno era mío. Socarronamente me preguntó, donde tenía yo las escrituras del lugar. Le respondí que esas escrituras estaban dentro mío desde hacía sesenta años, que no eran escrituras de papel, sino de alma y carne... Se burló de mí, rió y dijo :"Abuelito, vaya a su casa y manténgase con su jubilación"-. Don Lorenzo sacó del bolsillo de su campera gris arratonada, un pequeño muñequito de rizos dorados y mejillas rosadas. Lo acarició.- Éstos muñecos cobran vida en las manos de un soñador, en las manos de una persona imaginativa... Éstos muñecos son el arte más creativo, son como la pluma y la tinta del escritor, como el pincel y el lienzo del pintor, como las notas musicales y la voz del cantante. Les debo a estos muñecos, la parte más bella de mi vida, porque detrás de ellos, en cada espectáculo, estaba el Don Lorenzo que nadie conocía, el que exponía sus sentimientos mediante una representación. Si yo estaba triste, contaba una historia triste y al final del acto, todos se emocionaban y aplaudían. Si yo estaba contento, contaba entonces una historia feliz en la cual todos reían... Y siempre así. Nunca gané demasiado dinero por esto. No me importaba. Mi sueldo era la felicidad de los chicos al ver aparecer un muñequito cuando se abría el telón. Pero ya está. No hay nada que hacerle. Mi lugar de trabajo, ha sido invadido por quienes solo tienen en cuenta los valores materiales. Hoy siento que se cierra el telón... Definitivamente-. Don Lorenzo sacó dos pesos, los apoyó sobre la mesa, se levantó, y dando media vuelta dirigió su andar lento y dificultoso hasta la puerta. Se fue.

El joven mozo tomó los dos pesos, y observó que el anciano había olvidado su muñequito de rizos rubios. Lo agarró, lo guardó en el bolsillo de su delantal y conteniendo algunas lágrimas regresó a su trabajo cotidiano.

Comprendía que se bajaba el telón en la vida de uno de los miles de personajes desconocidos que tiene esta ciudad, para siempre. Y eso no podía ser bueno.



Nadia Scarafía

3 comentarios:

Ezequiel dijo...

simple y hermoso..

me encanto =)

wiLson dijo...

congrats por su blog.

hubiese estado bueno que le hubieses puesto las mismas pilas a flashiando :D pero asi es la vida..

k todo siga bonito.

Mr. Z dijo...

Es hermoooosoo!!